El decálogo (o sea los diez mandamientos) necesita concretarse para que dirija la vida del hombre. Cuando los israelitas se instalaron en Palestina y pasaron de la vida nómada a la de agricultores, se redactó un conjunto de leyes que encontramos a continuación 20,22 – 23, 19. Fue llamado “Código de la Alianza”, y muy posiblemente fue aceptado solemnemente por las doce tribus cuando se reunieron al llamado de Josué, para renovar la alianza con Yavé (v. Josué 23,24).
En este código hay una serie de disposiciones que a veces nos extrañan, porque corresponden a costumbres y mentalidades de una sociedad primitiva; pero fácilmente reconocemos en él el espíritu del decálogo.
La Biblia nos presenta este código como un ejemplo de lo que debemos lograr en el tiempo actual. En una civilización industrial, y teniendo en cuenta las costumbres de cada país y la cultura del siglo veinte, se debe promover una legislación que haga libre al hombre, de la manera que se dijo anteriormente a propósito del decálogo.
Este código muy antiguo se presenta como el primer modelo de las Cartas llamadas Encíclicas en las que la Iglesia de hoy concreta los principios generales de la convivencia cristiana, ajustándolos a la sociedad actual. Lo hace porque tiene una visión total del hombre, inspirada por la Biblia. Entre las más conocidas de estas Cartas se destacan las llamadas: “Madre y Maestra”, “Paz en la tierra” y “El desarrollo de los pueblos”.