En la historia de la humanidad, pocas páginas han sido tan célebres, conocidas y comentadas. El que solamente conoce los “diez mandamientos” por las fórmulas de nuestro catecismo, sacar á provecho al meditar el texto original, el “decálogo”, que encontrarnos aquí.
Yo soy Yavé tu Dios. El decálogo es la palabra soberana del único que tiene autoridad sobre el hombre y se dirige a él personalmente. ”Tú”. Si el hombre no reconoce la única autoridad del que lo creó, muy pronto se haré falsos dioses y se someterá a ellos. El único que sin violencia puede imponerse a nuestra libertad, es Aquél que nos crea con nuestra libertad.
Así, pues, Yavé habla con la autoridad del libertador y declara a Israel las condiciones de su alianza definitiva con ellos. El los quiere llevar a la libertad, y para eso no basta que los haya sacado de la “cárcel” de Egipto: la raíz de la esclavitud está dentro de ellos Por eso Yavé le impone las leyes fundamentales que hacen libres al hombre y a los pueblos:
– Dios reconocido como superior a todo y a todos;
– rectitud y justicia con todos;
– lucha contra la codicia, fuente del mal.
Estas leyes son en su mayoría tan evidentes que cualquiera las pueda entender. Sin embargo, la historia demuestra que ninguna nación se ha atrevido a formularlas. Dios dice con toda claridad lo que sabíamos.
No tendrás otros dioses. A los israelitas, como a los demás pueblos, no les faltaba el deseo de multiplicar los dioses. Pero Yavé no quiere competidores. Es “un dios celoso” que exige para sí todo el corazón del hombre. Ninguna autoridad, influencia o exigencia puede competir con él. Este es el primer principio de la fe y de la fidelidad.
No te harás imágenes. Porque las imágenes hermosas nos pueden ayudar a descubrir algo de la belleza de Dios; pero muy luego nos cautivan y nos detenemos en ellas. La imagen del Dios de blancas barbas, allá en las nubes, nos impide conocer al Padre de la Luz, al Dios Bienaventurado, uno en tres personas. En el templo de los judíos, a diferencia de los templos paganos, no se guardaba ningún “ídolo”, o sea, estatua de Dios; solamente las estatuas de los querubines (o sea ángeles) estaban a ambos lados del lugar vacío donde Yavé debía estar. Dios no se debe representar, ya que sólo se representa a los ausentes.
El pecado entonces no es tener imágenes religiosas, sino hacer imágenes del Dios invisible y misterioso. Este mandamiento prohibe mucho más que hacer imágenes materiales de Dios. En efecto, cada uno de nosotros tiene un medio fácil para hacerse adentro una imágen de Dios: es nuestra imaginación. Forjamos a Dios, lo imaginamos según nuestros deseos, en vez de buscar al verdadero conocimiento de Dios.
El Decálogo no es la última palabra. Desde que Cristo se hizo hombre, es legítimo guardar imágenes del que se dejó “ver, escuchar y palpar” (1 Juan 1). Estas imágenes solamente se vuelven ídolos, cuando los hombres se conforman con tenerlos, o cuando piensan sacar de ellas un poder mágico, una fuerza milagrosa que Dios no les ha dado.
Los hebreos llamaron Sabbat, que significa descanso (de ahí viene sábado), al último día de la semana. Lo santificaban, no tanto por las reuniones religiosas, como por el hecho de suspender todas las actividades y trabajos.
Los primeros cristianos sabían que la Ley de Moisés era sólo una preparación a la venida de Cristo (Gál 3) y por eso, sin vacilar, decidieron desplazar su día sagrado, fijándolo en el día en que Jesús había resucitado (v. Hechos 20,7 7 y en Apoc 1,10). Ese día lo llamaron “día del Señor” (es lo que significa día domingo).
Pues el séptimo día Yavé descansó. Para confirmar la Ley del Descanso el texto propone el ejemplo de Dios mismo (v. Gen 1). Hay en la Biblia otro texto algo diferente de los diez mandamientos (Deut 5). En él encontrarnos un motivo humanitario para el sábado: para que todos, especialmente los trabajadores, pudieran rehacer sus fuerzas.
En los tiempos modernos, los trabajadores tuvieron que luchar para que se reconociera el domingo como día festivo. Quizás no ven la importancia del descanso para la vida humana y cristiana, los que fácilmente trabajan aún el domingo. A pesar de que Jesús reaccionó en el Evangelio contra la observación demasiado rigurosa del sábado, el descanso es necesario al hombre y corresponde a una voluntad de Dios. No se justifican entonces los trabajos extras por el puro afán de adquirir comodidades. No queda tiempo ni para la vida religiosa ni para la vida familiar y la cultura.
No invocarán en falso el nombre de Yavé. Hay cuatro maneras de invocar en falso el nombre de Yavé:
– Usarlo, como se hacía entonces, para fórmulas mágicas, como queriendo sacar el poder de Dios a la fuerza;
– Jurar por su nombre y no cumplir el juramento (v. al respecto lo que dice Eccli 23,9 y Mateo 5,53);
– Blasfemar, o sea, insultar el nombre de Yavé, lo que acarreaba la condenación a muerte;
– Pronunciar o invocar el nombre de Yavé sin razón importante. Por esta razón, en los últimos siglos del Antiguo Testamento, los judíos se acostumbraron a no pronunciar el nombre de Yavé reemplazándolo por “Edonah”, o sea, Señor. Hablaban de “los cielos” para evitar nombrar a Dios: así decían “el reino de los cielos” por el “reino de Dios”.
Sobre el respeto y la ayuda que cada uno debe a sus padres, el mejor comentario está en la misma Biblia. V. Eccli 3,2.
No robarás. Para que haya confianza y unión dentro de una comunidad o de un barrio, es preciso que cada uno tenga sumo respeto a las pertenencias de su prójimo, que pague sus deudas puntualmente y no haga suyo lo que encuentre a mano. Sin embargo, ese mandamiento no debe ser invocado para justificar “cualquier” tipo de propiedad privada. Para la Biblia la tierra pertenece a Dios y quien la ocupa es solamente su mayordomo. Los bienes deben ser distribuidos entre todos y si alguno tuvo que vender su herencia, el comprador debe devolvérsela al cabo de 49 años. Esto significa que la Biblia no acepta que algunos se apoderen de la riqueza nacional y otros sean proletarios (v. Lev 25,13).