Los israelitas dejaron definitivamente atrás la civilización más brillante y más agradable del mundo, con sus hortalizas, sus campos de riego y su prestigiosa cultura. Quedándose allá, habrían desaparecido como pueblo. Pero ahora, Moisés los hizo tomar el camino de la libertad. Como cualquier nación o clase social que logra su independencia tienen que hacerse responsables de su propio destino. Moisés sabe que la libertad no es continua diversión: es el principio de un camino difícil y sacrificado. En este camino, sin embargo, se manifiesta la Providencia de Dios que permite andar confiado. Se producen maravillas inesperadas. Pero, Dios no se preocupa de las comodidades de los suyos ni multiplica sus milagros.
Los fugitivos que se atrevieron a penetrar en los territorios desérticos del Sinaí tenían motivos como para inquietarse: les amenazaban el hambre, la sed, los pobladores del desierto. En las páginas que siguen, el autor describe gráficamente estos peligros y recuerda ciertas intervenciones de la Providencia. Al escribir, no se fijó solamente en sus antepasados del tiempo de Moisés. Ajustó esas enseñanzas para sus contemporáneos siempre tentados por la vida fácil, ávidos de poseer, atraídos por las promesas de países extranjeros que les hubieran quitado su independencia.
Y Dios, autor de la Biblia, quiso que estas páginas tuvieran valor para nosotros también, ya que nos destinó como a ellos para vivir nuestra libertad.
Sería el lugar para meditar sobre las diversas pruebas encontradas por los países que acceden a la independencia nacional o económica.