Anotación a Ef 3, 1

      El preso de Cristo. Pablo escribe esta carta desde la cárcel en Roma. No solamente es cautivo “a causa de Cristo”, sino que también es prisionero de Cristo, incapaz de hacer otra cosa que no sea darlo a conocer (1 Cor 9,16). Además, Pablo encarcelado sufre como Cristo, al completar lo “que falta a los sufrimientos de Cristo” (v. Col 1,24). Por eso puede decir que su sufrimiento es una “gloria”.
      Pablo recalca lo que ha meditado en la cárcel, lo que le parece más nuevo en la obra de Cristo. Es el “misterio”, o sea, el proyecto de Dios, que llama a toda la humanidad a ser un solo cuerpo, sin distinción de razas. Jesús había proclamado que todos eran iguales ante el Evangelio y que se sentarían al mismo banquete (Mateo.20,1 y 22). Pero los primeros cristianos necesitaron varias revelaciones e intervenciones de sus apóstoles y profetas para convencerse. Pablo, por su parte, captó este Misterio de Cristo, desde que fue llamado (Hechos 22,21).
      Se necesitaba una revelación de Dios para dar a entender estas cosas. Ahora también, después de veinte siglos, se necesitan hombres de más visión o de mejor corazón para despertar a los que fácilmente se conforman con la mentalidad estrechamente clasista, racista o nacionalista de su ambiente. Todos se asombran cuando alguien trata como hermano al que pertenece a otra raza o milita en otro partido.

      “Los espíritus celestiales pueden conocer por medio de la Iglesia la sabiduría de Dios”. Se asombran al ver a los hombres hechos hijos de Dios en la Iglesia. Hay dos maneras de mirar a la Iglesia: fijarse en las fallas de los pecadores que la componen, o maravillarse por la obra del Espíritu que la santifica. Pablo recalca que Dios para salvar suele emplear lo que parece más débil y más despreciable: esos son los “innumerables recursos” de su sabiduría (v. 1 Cor 2).