En esta magnífica página, Pablo nos presenta el plan de Dios sobre la humanidad tal como le fue revelado a él. Cuando encontró a Cristo en el camino de Damasco, fue como si de repente hubiera salido de las tinieblas. Todo lo que sabía anteriormente sobre la salvación prometida no eran más qué esbozos confusos.
Dios nos da a conocer este proyecto secreto que formó en Cristo. Pablo habla del “plan secreto” o “proyecto misterioso” o “misterio”. Desde el comienzo del mundo, Dios pensó en salvar a los hombres y en reunirlos en la persona de su Hijo hecho hombre. Desde el comienzo, Dios crea a los hombres y echa a caminar la historia para que al fin aparezca la inmensidad de su amor.|
Nos bendijo, nos eligió, determinó que fuéramos sus hijos, es lo que quiso y lo que le pareció bueno. Estos verbos recalcan que todo viene de la libre decisión de Dios. Somos hijos de Dios, pero no por nuestros méritos. Pablo no habla de los que no creen. ¿Cómo salva Dios a esa mayoría de la humanidad que no conoce a Cristo y que sin embargo están llamados a ser hijos de Dios? No lo dice. Solamente da gracias por sí mismo y por sus lectores, que al creer han empezado a andar en el amor.
Nos eligió desde la creación del mundo. Así Pablo nos descubre lo que ya estaba esbozado en las primeras páginas del Génesis. Ahí la creación es considerada como un templo, y el hombre, Adán, como un amigo de Dios. Aquí, el templo es Cristo, cómo se ve al fin del capítulo 2. Porque El reúne en su persona todo el movimiento de adoración y de acción de gracias que sube al Padre de todas las creaturas. En cuanto al hombre, no es ya el amigo, sino el hijo de Dios: uno y a la vez múltiple. El propio Hijo de Dios otorgó a sus hermanos que sean hijos adoptivos, no junto a él, sino en él.
En Cristo. Esas palabras se repiten. Al principio del universo, Dios nos contempló “en su Hijo”, modelo perfecto de todo lo que iba a existir. Y ahora, el Universo en marcha, entero, los seres visibles y los invisibles anhelan la meta, a Cristo que nos reúne en sí para que compartamos la misma vida de Dios. Él es “la plenitud”. Seremos colmados. No nos perderemos en El, sino que nos superaremos infinitamente, porque Cristo es Dios.
Las palabras en Cristo son comentadas también en uno Cor 1.
En este himno hay como dos momentos: el del proyecto de Dios y el de su realización. Dios omnipotente y fiel lleva a cabo sus designios a través del tiempo. En las dos últimas estrofas, Pablo nota dos etapas de la realización:
— “Dios nos apartó”. Pablo habla en su nombre y en nombre de su pueblo judío, que fue elegido para ser pueblo de Dios.
– ”Ustedes también”. Aquí se trata de los pueblos paganos como estos efesios que Pablo había convertido a Cristo. Con Cristo ha llegado “la plenitud de los tiempos”, es decir, el tiempo en que toda la humanidad recibe los bienes prometidos por Dios durante siglos.
Los judíos estaban marcados, “sellados” en su carne por el rito de la circuncisión que manifestaba que pertenecían a Dios. En cambio, los cristianos han recibido el Espíritu Santo. Este actúa en ellos: la fe, la esperanza, el amor y los dones espirituales que se manifiestan en los creyentes, son la prueba más patente que han pasado a ser hijos de Dios. Estos dones son un anticipo de todas las maravillas reservadas para nosotros en el cielo.
Ahora también, aunque el Espíritu no actúa en forma milagrosa tan frecuentemente como en esos comienzos, cada creyente debe tener experiencia de su fe y darse cuenta que el Espíritu le da una manera de guiarse y de sentir diferente de la de quienes no creen.
Bendito sea Dios. Todo esto Pablo lo dijo como un himno de alabanzas. El que vive en el Espíritu, a veces se siente sobrecogido de alegría y desearía gritar su gozo y su acción de gracias. En nuestro mundo, individualista y cerrado, guardamos estas cosas para nosotros. Pero en la Iglesia del tiempo de Pablo, después de orar en común, había un tiempo para que cada uno se expresara libremente, guiado por el Espíritu (v. 1 Cor 14,26). Así, las palabras de acción de gracias brotaban en cualquier ocasión.