Aparece aquí la inquietud de los que han vuelto a Jerusalén después del destierro y que esperan que venga el reino de Yavé, como él lo prometió. Buscan a Dios que tarda en manifestarse. Este texto hace varias alusiones a la situación precaria en que están: vecinos hostiles (los zorros), guardias extranjeros que ocupan la Ciudad de Jerusalén. Y porque Yavé tantas veces ha clamado a su pueblo “vuelvan a mí”, ellos también le dicen: vuelve. Al no ver su venida, perseveran en la certeza de su esperanza: él se mostrará en el momento que menos se piense, con tal que lo hayan buscado sin descanso.
En mi lecho, por la noche busqué a mi amado. El amor hace desvelarse y así les pasa a los enamorados. Pero, buscarse el uno al otro tiene que ser afán de toda la vida en el matrimonio. Los esposos seguirán enamorados, siempre que sigan con todas las atenciones que se prestaban en el comienzo, ¿Cómo dos esposos pueden vivir indiferentes al lado uno del otro?
Lo mismo muere nuestro amor a Dios el día que nos hemos acostumbrado a Él y no lo buscamos. Un poema de San Juan de la Cruz resume su vida en la que no hizo más que buscar a Dios, permaneciendo fiel en medio de las pruebas y persecuciones más dolorosas:
En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada,
sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía,
Aquélla me guiaba,
más cierta que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada,
oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!
La noche de que habla es lo que Pablo llama “la vida escondida en Dios” (Col 3,3) y donde no hay otra luz que guie sino la fe.