Anotación a 2 Sam 7, 1

      Yo vivo en una casa de cedro mientras que el Arca de Yavé está en una tienda. Piensa David que si el rey tiene un palacio, ¿por qué Dios no va a tenerlo? Pero Dios, que es más grande, piensa de otra manera y así lo hace saber por su profeta Natán. El construirá a David una casa. La casa significa en la Biblia tanto las personas como las cosas que pertenecen a uno. La casa de David es su familia, sus servidores, su pueblo.
      Ahora fijaré un lugar para mi pueblo Israel. Dios escoge este momento para dar un paso decisivo en el desarrollo de su pueblo. Israel era un pueblo de doce tribus desde Moisés. Ahora, será una nación organizada en un lugar con una autoridad central y estable: los reyes descendientes de David.
      Ahora voy a hacer que tu nombre sea grande entre los grandes. Yavé ha acompañado a David en todas sus empresas, pero ahora se sirve de él y de sus trabajos para construir algo definitivo para la salvación de los hombres.
      Lo mismo había pasado con Abraham (Gén 17,7).
      Lo mismo pasará con Pedro (Mateo 16,18).
      El Reino de Dios será en adelante el reino de David. Yo engrandeceré a tu descendencia después de ti. (v. Luc l,32).
      La promesa de Dios señala primeramente a Salomón, hijo y sucesor de David, pero también a los que vendrán después. Aparentemente fracasó la promesa cuando, pasados cuatro siglos, fue destruido el reino de David. Sin embargo, es Jesús, uno de sus descendientes, que más tarde realizará plenamente lo anunciado por Natán. Muchas veces en el Evangelio, Jesús se hará llamar hijo de David (Marcos 12,).
      Jesús también será rey aunque no a la manera de los gobernantes de este mundo. Realizará perfectamente lo que se esbozó en la persona de David:
– el pastor que reúne las ovejas dispersas;
– el vencedor que da a su pueblo la paz que conquistó;
– el lugarteniente de Dios entre los hombres.

      La manera cómo Dios se adelanta a David y le responde contiene dos enseñanzas notables:
– Como en el caso de David, muy a menudo los hombres quieren ofrecer algo a Dios. En realidad nunca lo podemos ganar; él da sus favores antes que hayamos empezado a servirlo.
– Por otra parte, lo que a Dios le interesa no son tanto los templos que construimos para él, sino el templo espiritual que desea construir en los hombres mismos, proyecto que realizará después de varios siglos, bajo la forma de su Iglesia.