Anotación a 2 Sam 6, 1

      El Arca era muy importante para los israelitas. En ella se encontraba la Ley que Moisés recibió de Dios en el Monte Sinaí. Además, ellos imaginaban a Dios presente encima del Arca, cuya cubierta de oro era como tarima para sus pies. Dios ya quería darles a entender que estaba con su pueblo; presencia amistosa y exigente.
      Dice la Escritura que no somos capaces de ver a Dios sin morir. Nuestro cuerpo no resistiría. Moisés tuvo que sacarse sus sandalias para hablar con el Señor, porque la tierra que pisaba era santa. También Pedro, al captar que Jesús es más que un hombre, le dirá: “Apártate de mí, que yo soy un pecador”. La muerte de Ozza nos recuerda todo esto.
      En Israel, sólo los hombres de la tribu de Leví, por estar especialmente consagrados a Yavé, tienen derecho a servirlo y a acercarse a las cosas sagradas. Obededom y sus hijos han acogido el Arca en su propiedad. Pero no pueden tocar el Arca sin ser alcanzados por la radiación tremenda que sale del Dios Santo. Se dice que Ozza fue “castigado”. Pero esta palabra corresponde a las ideas de aquellos hombres que confundían el pecado y el error involuntario.
      La muerte de Ozza fue un signo adaptado a la mentalidad de ese tiempo, para dar a entender que Dios es grande, por encima de todo, y a la vez realmente presente en su pueblo, en forma particular.
      El Evangelio de Lucas descubre otra imagen en este relato. Como el Arca y mejor que ella, la Virgen María llevó durante nueve meses al mismo Dios, que al hacerse hombre venía a pactar la Alianza definitiva con todos los pueblos del mundo. Por eso, algunos le han dado el título de “Arca de la Alianza”. El mismo Lucas, al narrarnos la visita de la Virgen a Isabel, tenía este texto ante los ojos. (Fijarse especialmente en los vs. 9 y 11 y comparar con Lucas 1, 39-45 y 56).