Josías, el rey reformador muere víctima de un error político. Desde siglos atrás, Israel estaba estrechado entre Egipto y Asiria o Asur, siendo esta última la nación más brutal y cruel de ese tiempo. Cuando en esos años Babilonia empezó a destruir el poder asirio, el faraón, inquieto ante el dinamismo de este nuevo “grande”, quiso ayudar a la debilitada Asiria, olvidando su antigua rivalidad.
Josías no quiso permitírselo: la conciencia Judía anhelaba la destrucción de la “nación cruel” (v. las profecías de Nahum). El faraón aplastó al ejército de Josías, pero en vano ya que no pudo impedir la caída de Asiria: desapareció la nación que había matado, torturado y atemorizado al mundo. Pero el vencedor no iba a quedarse tranquilo; Babilonia tenía que enfrentarse con Egipto, y el camino de Egipto pasaba por Judá.