La Biblia no dedica más que este párrafo al reino de Jeroboam II, rey de Israel (783-743) a pesar de que restableció la grandeza y prosperidad del reino: es que los Libros de los Reyes no son obra de historiadores sino de un profeta. Solamente le interesan los hechos en que se ve el designio de Dios y que hacen progresar sus planes.
Jeroboam II reconquista todo el territorio de Israel. El autor ve en esto una gracia de Dios para su pueblo humillado. Sin embargo, esa prosperidad material no hace progresar la Historia Sagrada.
Sigue la división religiosa. La fe de los israelitas del norte, aislados del centro religioso de Jerusalén, no logrará resistir la invasión de los errores paganos. Por otra parte, esta prosperidad acarrea la explotación del pueblo. Es el momento en que los profetas Oseas y Amós anuncian, ante la incredulidad de todos, que dicha prosperidad será breve por ser injusta. Al morir Jeroboam, Samaria se acerca a su fin.