No apaguen el Espíritu. Una comunidad así, con muy pocas tradiciones y enseñanzas escritas, contaba con la ayuda del Espíritu. Seguramente, varios cristianos recibían sus comunicaciones durante las asambleas, en torno a la eucaristía. Por eso, Pablo los invita a aprovechar estos mensajes y enseñanzas “espirituales”, pero examinando todo como lo diré más ampliamente en 1 Cor 14.
Guárdense sin mancha en todo su cuerpo, alma y espíritu. En el tiempo de Pablo, muchos hombres de cultura griega hablaban así de tres partes del ser humano, como ahora muchos hablan de cuerpo y alma. Ellos distinguían en el hombre, al lado del alma que da vida al cuerpo y se ocupa de las actividades materiales, un sector más personal, el espíritu, capaz de descubrir la Verdad y la Justicia,
Cuando Pablo habla de la vida profunda del creyente, no usa la palabra “alma” sino la de “espíritu”. Ahí es donde habita y actúa el Espíritu de Dios. Uno penetra al otro. En lo más secreto de la conciencia, el amor y la luz del Espíritu hacen crecer y madurar nuestro espíritu. Solamente con la venida de Cristo, conoceremos, lo que somos.
La primera carta a los tesalonicenses muestra qué importancia tenía en la predicación de Pablo la espera de la vuelta de Cristo.
La esperanza del Día de Cristo era incentivo poderoso para mantener la fe de los primeros creyentes. Podía, sin embargo, llevar a un nerviosismo enfermizo. La Iglesia de Tesalónica fue el primer ejemplo de esos grupos minoritarios y perseguidos en que la esperanza del fin del mundo, trastorna el desarrollo normal de la vida cristiana.
En la segunda carta, escrita pocos meses después de la primera, Pablo trata de tranquilizar a la comunidad.