Anotación a 1 Re 17, 1

      Aquí aparece Elías cuyo nombre permanecerá como el más grande entre los profetas. Cuando Jesús se transfigure (Marcos 9,2), Elías estará a su lado.
      El nombre de Elías es un programa: ely-ya quiere decir: Yavé-mi-Dios. Viene de Tisbé, al otro lado del Jordán. Esa región pobre y más alejada de las nuevas influencias se había mantenido fiel a su fe.
      Frente a la apostasía, es decir, a la infidelidad de todo su pueblo, se levanta solo. Se siente responsable de la causa de su Dios y actúa sin esperar que haya otros que lo secunden. Su oración atrevida demuestra una confianza que le viene de su entrega al Señor. Pues, sólo el que se ha entregado totalmente está seguro de lo que pide a Dios (v. la Carta de Santiago 5,17 donde Elías es presentado como un modelo de la fe).
      No habrá estos años rocío ni lluvia. Por supuesto, la sequía es un acontecimiento natural. Pero Dios sin intervenir a cada momento en forma directa, por ejemplo para “mandar la lluvia”, dispone los acontecimientos de manera que hablen. Y también la oración fervorosa de Elías tiene su papel en la sinfonía inmensa de las fuerzas del universo.
      La actuación de Elías es una enseñanza. El pueblo ha ido a adorar las fuerzas de la naturaleza: Baal, Dios de la lluvia; Astarté, diosa de la tierra fecunda. La sequía que viene por la oración de Elías, demuestra que Yavé es quien manda la naturaleza.
      Elías, que tiene por misión traer de nuevo a Dios a los israelitas, empieza atacando la injusticia fundamental, el desorden más grave, que es no poner a Dios por encima de todo.