Durante un tiempo, los israelitas estuvieron maravillados por la riqueza de Salomón y el número de carros y caballos que componían su ejército. Algunos siglos después pudieron reflexionar lo poco que había servido este poder y lo mucho que había costado al país: la política de prestigio y de grandes obras necesitó imponer trabajos forzados al pueblo, y esa fue una de las causas de la división del reino al morir Salomón. Entonces dejaron de recordar con orgullo el esplendor de su reinado, y dieron más aprecio al esfuerzo paciente para realizar la justicia.
Si bien es cierto que el creyente anhela la prosperidad de su nación, no se deja deslumbrar por los ensueños de grandeza orgullosa. La Iglesia no deja de denunciar el pecado que significan los gastos militares o solamente para procurar prestigio. Se sabe que los presupuestos armamentistas en el mundo superan el total de lo que bastaría para industrializar todos los países.