Anotación a 1 Jn 3, 10

      Guardar el mandamiento del amor es el distintivo de los hijos de Dios.
      La mayoría de los hombres se han acostumbrado a pensar que el mundo se divide en dos bandos opuestos. Uno mira en cada hombre a un explotador o a un explotado: Otro no conoce sino progresistas y conservadores. Otro, a blancos y negros. Juan nos dice cuál es la frontera que divide a la humanidad: los que aman y los que no aman. Por ubicarse en el campo de quienes aman, el creyente será perseguido. No le perdonarán el que no comparta los odios y sectarismos de sus compañeros o de su pueblo.
      El que odia a su hermano es un asesino. Todo asesinato y toda matanza surge de muchos odios. Cuando la guerra devasta repentinamente un país, se debe a que muchos guardaron malos pensamientos contra sus semejantes, y otros, todavía más numerosos, no quisieron sacrificarse para arreglar las dificultades y las tiranteces.
      El amor nos acerca a Dios antes que a nadie. Será un signo de que vivimos como hijos de Dios si, a menudo y con gusto, miramos a Cristo: Deben sentirse seguros en presencia de Él.
      Si la conciencia nos reprocha algo, Dios es más grande que nuestra conciencia. Posiblemente. Juan quiere decir que sólo Dios conoce lo más profundo del hombre. Mejor que nosotros mismos, nos puede juzgar, y nos juzga con un amor que a nosotros nos falta. Así pues, no debemos guardar amarguras por nuestras culpas pasadas ni vivir angustiados. Después de un pecado, hay que imitar a Pedro, no a Judas.