La comunidad necesita una organización mejor de las distribuciones comunes. En esta oportunidad, los apóstoles se niegan a dejar su misión propia para transformarse en encargados de la cooperativa cristiana.
No es conveniente que descuidemos la Palabra de Dios. El apóstol es primeramente el hombre de la oración y de la predicación. Esa es su misión y su servicio en favor de los hombres. Los que creen, han de comprender el servicio que les prestan sus apóstoles (v. 1 Cor 9,4). A veces, la tentación de dejar la oración y el ministerio de la Palabra es fuerte. Aunque cuesta bastante trabajo y preocupaciones, es más cómodo ser gerente de una cooperativa y organizar la construcción de un edificio, que anunciar a Cristo y formar hombres responsables.
La comunidad elige a los siete, y los apóstoles les dan el sello de su autoridad, porque cualquier misión viene de Cristo a través de los apóstoles.
Esos siete, ¿fueron los primeros “Diáconos”? Lucas solamente dice que servían, y “diácono” quiere decir “servidor”. Los apóstoles les delegaron parte de su autoridad, y después fueron considerados como modelos de los “diáconos”, encargados en la Iglesia de los servicios de la comunidad.
No hemos de pensar que Jesús había indicado detalladamente a sus apóstoles la manera de organizar la Iglesia. En el caso de los siete, se trataba de solucionar un conflicto entre dos grupos sociales: los judíos, llamados hebreos, de formación tradicional, y los judíos que habían vivido fuera de Palestina y habían adoptado la cultura griega, llamados por eso “helenistas”. Estos en adelante tendrán sus propios responsables y su propia organización.
Los candidatos a diáconos deben tener capacidad para su cargo. También deben estar llenos de fe y del Espíritu Santo. Porque los servicios materiales de la Iglesia están estrechamente ligados con la vida comunitaria y espiritual. Es una lástima cuando se confían los bienes materiales de la Iglesia a hombres capaces de manejar el dinero, pero que no tienen el espíritu del Evangelio. A causa de ellos, entran en la Iglesia el espíritu mercantil y las preocupaciones de una institución comercial. Así se desfigura el rostro de la Iglesia y se pierde el celo por evangelizar.