Anotación a Gén 17, 9

      Todo varón entre ustedes será circuncidado. Una antigua costumbre de los pueblos orientales era la circuncisión, operación que se practicaba en el miembro viril, cortando la piel llamada prepucio. Esta operación era uno de esos “ritos de iniciación”, que en algunos pueblos hacen entrar al adolescente en la sociedad de los adultos. Era un rito religioso destinado a procurar la fecundidad.
      En Israel, la circuncisión revistió una significación nueva. Era considerada como la señal distintiva de los que pertenecen al pueblo de  la Alianza, es decir, al pueblo elegido por Yavé. Y Yavé es quien da vida y fecundidad.

      Esta manera de comprender la circuncisión, no viene de Abraham mismo; son los sacerdotes de Israel, que vieron más tarde, en ella, el signo distintivo del pueblo elegido por Dios. Pero les gustaba pensar que su antepasado Abraham había recibido de Dios mismo la circuncisión como  premio de su fe.
      “Todos tendrán en su carne el signo de mi alianza”. Sólo por la circuncisión entraba un extranjero en la comunidad de fe de Israel. “No circunciso”, será siempre la expresión despreciativa con que los judíos y sus profetas designen a los que no se han sometido a Dios. Sin embargo, los profetas enseñan que no vale la sola circuncisión de la carne, sino la “del corazón”, es decir, el despojarse do sus vicios.
      Aquí vemos el valor y las limitaciones de un rito exterior (v. Rom  2,25). El agua del bautismo significa que uno recibe la vida nueva de Cristo y que lo hace miembro del Pueblo de Dios, la Iglesia. Pero, si no lo sabe, si no cambia su vida, ¿de qué le sirve? Un hombre empezó a ser más responsable en su vida de cristiano desde el día en que decidió no persignarse nunca sin imponerse un momento de silencio y de atención al  Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
      Abram significa: Padre venerado; y Abraham, Padre de los Pueblos. Al cambiar Dios el nombre de su servidor, le concede que empiece una nueva vida y que sea realmente lo que expresa el nombre nuevo. Así  procederá Jesús con el primer responsable de su Iglesia (v. Juan 1,42).